Blogia

meditandoconlaika

Una noche con Pedro

Una noche con Pedro

Ah, me gustaría decir que todos los hombres son como Pedro, como el Pedro que acaba de entrar en mi habitación, sonriente, feliz, su mirada azul de mar tranquilo.

Hacia tiempo que no veía a Pedro. Esta tarde ha venido a visitarme.

- ¿Y si fuésemos al cine? pregunta sentándose sobre la cama.

Hace tiempo que no he ido al cine con un hombre. Detrás de los ventanales se puede ver el cielo que a esta hora tiene tonos rosados. En silencio miramos un horizonte pintado como por una mano divina. Me gustaría que lloviese y tronase. Me encantan las noches rosa oscuro, las noches tiernas y turbulentas.

- No he visto la ultima película de Arcand, dice Pedro acariciando uno de mis gemelos.

- Yo sí, es muy buena. Vale.

Me levanto y la sombra de mi cuerpo se pasea por las paredes. La habitación está bañada por la luz suave de una vela que desprende el perfume de la lavanda. Mi cuerpo es como una gran planta, fuerte y viva. Verde debe ser mi sangre, verde y sabia.

Mientras me pongo el tanga y unos leotardos negros estudio a Pedro, el cuerpo de Pedro. Es bello y robusto, macizo, potente. Pero no es bello por esto. Es bello porque es el cuerpo de Pedro. Porque simplemente el cuerpo de Pedro es otra planta sobre mi cama de azur. Energía, imprescindible energía de la vida.

Un vestido rojo oscuro muy escotado. Me peino y mi pelo negro brilla en la tenue oscuridad. Mi cabello son algas que flotan en el aire desprendiendo una luz que los ojos no perciben pero que es. Este pelo que momentos antes Pedro ha tirado con sus dedos, con sus manos fuertes como la madera.

Somos energía, energía y vida, energía y luz sutil.

Un collar alrededor de mi largo cuello. Una mascara de cobre que, decía la bruja negra, llevaba suerte y fertilidad.

- Póntela un día de luna llena y escucharas las voces de las ranas...

Una pulsera en forma de serpiente. Un anillo con el símbolo de la espiral. Pedro sonríe.

En la calle, bajo el cielo que ahora es una capa negra y espesa, nos quedamos un largo rato oliendo el aire, oliendo la noche. Somos como dos animales que acaban de gozar de una unión terrenal, abierta y cerrada a la vez, una danza entre el Ying y el Yang. Las alas de mi nariz palpitan, el olor de la calle, fuerte y un poco amargo, la fragancia de Pedro, sal y agua y tan cerca, la mía... Hay poco trafico porqué en la tele dan un partido de fútbol. Hace frío, Pedro me rodea la espalda con sus brazos bondadosos.

En el coche me siento como dentro de una cueva. Escuchamos a Philippe Sarde y tengo la impresión de estar en otra ciudad, de vacaciones. Miro a Pedro que sin su uniforme parece más serio pero tambien más joven. Le acaricio la rodilla, símbolo según muchas tradiciones del poder del hombre, y Pline decía símbolo de potencia.

La noche, al lado de Pedro, me parece un espacio abierto, infinito, alegre. Iremos al cine a ver una película sobre el amor y la compasión, el amor y la amistad. El amor, la muerte y la vida. Y luego, quien sabe.

Ah, los hombres

Ah, los hombres

El pastel de Luisa, de soya y con dátiles, está delicioso. Lo tomamos sentadas en el comedor en compañía de Laika y de Salem.

- ¿Así que no recuerdas a tus primeros amores?

Le sonrío a mi amiga. Siempre, hablar de hombres, le hace subir la tensión. Lo percivo en su voz que de repente a tomado un aire nocturno y oscuro.

- ¿Te molesta que sea así?

Luisa ríe, acariciando las orejas de Salem que ha saltado sobre sus rodillas. Su risa... es algo tristona. Yo no quiero que mi amiga esté triste. No quiero que mis palabras le recuerden amores desgraciados. O más, que simplemente le recuerden hombres pasados. Pero Luisa tiene memoria, como todas nosotras, ¿no? Esto pienso mientras saboreo otro trozo de pastel.

- Los hombres son enseñanzas, creo, digo. Una vez aprendidas, o almenos una vez descubiertas, hay que pasar a la practica y olvidarse del profesor.

Es tarde porque Luisa ha venido después de una reunión de trabajo. He puesto a Sade, he encendido una vela que desprende el delicioso aroma de Lavanda, mi planta preferida entre todas. Laika esta sentada al lado mío y parece una estatua egipcia con sus ojos cerrados y sus orejas levantadas, en atención. Prefiere escucharnos que comer el pastel. Sí, es tarde y ya no se oye ningún ruido exterior. La ciudad, alrededor, duerme.

Los hombres... siempre los hombres. Vivimos con ellos, vivimos por ellos, vivimos a través de ellos. No somos nadie, creemos, sin los hombres. Hasta que un día nos damos cuenta que es al revés, que ellos sin nosotras no pueden ser nadie ni nada. Pero cuanto tiempo y cuantas historias antes de darse cuenta de ello. Y cuando tomamos conciencia de esto que es tan evidente, tan claro, se nos atraganta el aire en la garganta. Ah.

Uy, hubiese dicho mi abuelita. Cuidado con los hombres, cuando se habla de los hombres. Cuando se piensa en los hombres. Cuidado, nena.

Vale, vale...

Hace mucho que no hablo de los hombres. Solo con Luisa, pero sino, no. Hablo con los hombres, esto si. Me gusta entrar en sus mentes, tan... ¿cómo diría? tan así. Es cierto que no hay ningún Ivan en mi vida, para hacerme soñar. Por cierto, ¿qué pasa con el ruso?

- Se ha ido a su tierra, a su querida estepa. Me ha abandonado. Que buen profesor he tenido, hija. No me ha servido de nada.

Laika ha abierto los ojos y fija a mi amiga. Calma, Laika... ¿no ves que las mujeres somos medio tontas?

Recuerdo: hubo un hombre que me clavó un puñal, en sentido figurado. Era inteligente, cultivado, universitario, había hecho una maestría sobre un gran revolucionario guineano, torturado en las tristes prisiones del dictador africano. Yo lo escuchaba, siempre, con mucha atención. Me gustaban, en aquella época, los hombres inteligentes, cultivados y universitarios. Pero este me clavó un puñal y del día a la mañana me encontré muy sola, y tuve que abortar y a partir de este instante mi vida cambió, decidí que nunca más me enamoraría de hombres así. Fue una gran revelación. Empezaron a aparecer, en mi camino, hombres-ángeles. Aprendí mucho. No solamente ángeles, pero hombres buenos, simples y buenos. Una gran enseñanza que me aportó el doctor especialista en héroes mártires de la Guinea de Sekou Touré. En silencio le doy las gracias.

- Era un buen tipo, sin embargo, el ruso. Me gustaba su locura de los grandes espacios, ha hecho bien en irse. Aquí estamos todos demasiado apretados, parecemos calamares en conserva.

- Si, pero me ha dejado y esto es difícil de aceptar.

Laika se ha levantado y con mucha suavidad se acerca a Luisa, quiere que esta le acaricie la frente. Salem ha saltado sobre el parquet y desde ahí, estirado como una pequeña pantera negra, nos mira de reojo. Es difícil, si, aprender. Primero perdonar y luego aceptar que no somos perfectas. Luisa, para el ruso, no puede igualar la tundra, con sus misterios y sus voces subterráneas. Ivan no puede transformarse en un príncipe. Así es la vida.

Y sin embargo en esta misma imperfección de los hombres, que es la nuestra tambien, yo veo como unas luces extraordinarias, como mapas a recorrer. Me gustan los hombres porqué son como las mujeres, incompletos, frágiles, buenos y malos a la vez, infinitamente misteriosos, complicados, duales, profundos. Me gustan porqué gracias a ellos he crecido, he perdonado, he aprendido y enseñado. Ah, hombres de mi vida, cruces y alas, caminos sin salida, rutas de locura, pájaros en mi mente sois, suaves recuerdos y crueles pesadillas. Pero base de mi crecimiento personal. Yo no puedo ser una mujer sin un hombre. Sin los hombres.

Claro, claro, hubiese dicho mi abuela. Así, así. Y nada más.

Laika ha apoyado su cabeza negra, fina y delicada, una perfecta cabeza de pastora belga sobre las manos de mi amiga Luisa. Luisa no puede sentirse triste con tanta presencia y tanto cariño.

- Pero bueno, dice ella, aquí estoy. ¿Te ha gustado mi pastel de soya?

- Si, pero a Laika no le ha gustado nada.

Luisa ríe y siento que esta vez no hay tanta pena en su garganta.

Prometido, asegura mi amiga, que la próxima vez hará un pastel de queso sólo para Laika. Y Laika, entendiendo, le lame la nariz.

Un domingo, leyendo

Un domingo, leyendo

He abierto el libro y de repente he oído su voz.

Anímo... ¿No ves el sol, afuera?

He mirado alrededor de mí, pero no... Su voz.

Aquel día su voz era clara como un chorro de agua fresca. Así me parecen sus palabras, hoy. Era domingo y yo era una chica muy desgraciada. Estaba enamorada de un hombre que no me convenía, yo lo sabia pero no quería reconocerlo. Son cosas que pasan, el saber sin querer. Sobre todo cuando eres joven y crees que amar un hombre duro y malo hace parte del amor.

¿Que no ves el sol, hija mía?

No, yo no veía nada. Ni el sol, que era como oro derramado sobre la nieve blanca de aquel domingo triste. El libro yacía entre mis manos, como una reliquia querida. Lanza del Vasco y su itinerario.

Mi desgracia ahora me parece una cosita sin importancia. Una cosita aquellos sinfines momentos de gran dolor. Como todo es relativo en la vida, hasta el pasado. Y mi madre, del otro lado de la isla de Montreal, me mostraba el sol y yo no lo veía. Yo, simplemente, no podía verlo.

Ale, anímate. Papá irá a buscarte, tú anímate, sencillamente. Ven, he hecho paella.

Aquel hombre que obsesionaba mis días ahora quien sabe dónde está. Y nunca pienso en él, apenas lo recuerdo. ¿Qué es lo que tanto me gustó en aquel cuerpo que hoy he olvidado hasta su olor, su tacto? Ya nada, hoy, me parece razón para sufrir. Sobre todo un hombre. Un hombre que no me convenía.

El sol, la voz de mi madre, el libro de Lanza... Y un hombre que ni recuerdo.

La memoria juega a encontrar pistas entre objetos perdidos, casi inexistentes. El sol aquel, perlas en el aire de un domingo de invierno, ya no está. Ni mi madre, que por una vez quiso animarme, ni yo, este yo insignificante perdido en el tiempo que leía a un escritor visitando la India en busca del gran maestro. Todo esto está y no está. Todo aquello es una ilusión.
Y sin embargo, Laika, hoy aquí oyendo su voz mientras mis manos acarician este libro viejo y arrugado que yo leía aquel domingo. Mi madre, que siempre me ha hecho trabajar la compasión, me está hablando con compasión y cariño entre tiempo y tiempo, entre memorias y recuerdos, entre tantos años y tantos amores perdidos y olvidados.

¿Que no ves el sol, radiante y fuerte?

Hoy está lloviendo y tengo que decir que amo la lluvia y los cielos grises. Me gusta salir contigo, perra, y oler la humedad en el aire. Me gusta la soledad, la vida sin amores duros e inconvenientes, me gusta oír voces del pasado que me enseñan que todo pasa y que nada, realmente, es algo acabado, algo estático.

Si miro aquella mujer leyendo un libro veo en ella, ya, el cambio. Yo leía a Lanza del Vasco porqué no aceptaba aquel disfraz de mujer sufridora. Deseaba algo más. Colgué el teléfono y me levanté. Salí a la calle, el sol radiante me hizo cerrar los ojos. Había nevado durante la noche y el suelo parecía un gran pastel de queso blanco y duro.

Sola y, seguramente, fuerte, empecé a andar.

Sí, el sol era un gran circulo ocre en el cielo de aquel domingo.

Reflexiones sobre el invierno

Reflexiones sobre el invierno

Aquí estamos, Laika, en pleno invierno.

En los países nórdicos hablar del tiempo que hace es el tema principal de todas las conversaciones. Uno vive pensando en ello día y noche. Es como una obsesión. Y lo primero que hace uno al despertarse es ir a la ventana y mirar que tiempo hace afuera. Esto siempre, verano como invierno, pero sobre todo en invierno.

He vivido en un país nórdico durante muchos años, Laika. Estoy hecha, en el fondo mío, de una parte de aquel paisaje blanco y gris, límpido como una capa de cielo helado. Los inviernos, que duraban 8 meses, han construido una parte de mi interioridad y yo he tenido que amoldarme a ello, para sobrevivir. Gilles Vignault, el gran poeta de aquel país mío, cantaba y muy acertadamente:

Mi pais no es un pais, mi pais es el invierno.

Y es que el Canadá es una tierra que roza el Polo Norte. Las temperaturas pueden bajar a menos 40. Uno puede pasar meses sin ver el sol. Es de noche a las 3 de la tarde.

Una, repito, esta hecha de esto, de paisajes de mármol, duros e intransigentes, de cielos grises, de temperaturas extremas. Una tiene dentro espacios de agua cristalizada, de Viento del Norte que viene cantando su sinfonía revoltosa y triste.

El invierno, después de tantos años de haber convivido con él, hace parte de mi personalidad, de mi mundo imaginario y de mi simbolismo personal. Por esto a veces sueño con el Polo Norte. O con irme a vivir en Groenlandia. El invierno, Laika, es una manera de pensar y de ver el mundo.

Ah, Laika, escucha la voz del invierno... Es una voz fría y profunda que habla de gran soledad, de interioridad, de separación. No es por nada que uno de los animales que representan más el Norte Canadiense en el arte Inuit es el oso. El oso representa el individuo solo en medio de un gran desierto blanco, frío y salvaje. Es, este animal majestuoso y bello, símbolo de soledad y de fuerza, de valentía y de coraje, de capacidad de adaptación y tambien del saber retirarse para invernar.

Estas fuerzas del oso pero que tambien estaban en los genes de los nativos del país, los indios, los Inuits, y luego más tarde en los grandes exploradores como Jacques Cartier. Cada emigrante que ha llegado en el país ha tenido que transformarse en un oso para sobrevivir. Yo así fui. Un oso de piel dura e impermeable, quizas un oso un poco romántico en mi caso, pero oso.

Y una parte de este oso que fui se ha quedado en mi, duerme en mí como en una cueva oscura y sencilla, protegido del viento, del frío, del mundo exterior. A veces me llama, está solo. Necesita que lo mime, que le diga que es normal este silencio, esta necesidad de alejarse, de retirarse para retomar fuerza y energía. Que es normal y sano esta necesidad de soledad, de cerrar puertas y ventanas al mundo exterior y de decir no. Le tengo que tranquilizar y alimentar con historias de nieve y frío. Con cuentos de osos aventureros que van hasta la punta del mundo para encontrarse a sí mismos. Tambien, a veces, le canto poesías dónde el Viento del Norte es el portador de mensajes que llegan de la tundra y de su mundo misterioso y habitado por animales que viven tambien una gran soledad.

El oso en mí cierra los ojos, en invierno, y se duerme en mis brazos maternos. Cuando llegue la primavera estará más fuerte y valiente.

Pero por ahora, Laika, hay que mirar el invierno como una etapa de transición recordando que todos, tú tambien, lo llevamos dentro como un tótem, con sus mundos mágicos y sus historias de frío.

Silencio

Silencio

Muestráme las cosas tal como son
Rumi

Que bueno es el silencio, amiga Laika... Aquí, junto a ti, oyendo tu respiración, y sintiéndote toda tú, toda tu energía.

Y es que en el trabajo, en el hotel, no hay silencio estos días. Estamos de reparación y cambios y aquello parece más un circo feliniano que un hotel de tres estrellas. Además, tenemos a un grupo de damnificados como residentes.

Hay mucho ambiente, eso sí.

Sin embargo yo necesito en estos días, y mucho, el silencio. Que es, para mí, como retomar el tiempo en mano. Mi tiempo, mi vida. Mi historia. Para no perderme ni ahogarme. Para emprender esta nueva etapa de mi vida.

En el silencio puedo al fin oír la voz suave de mi madre cuando me decía: nena, creo que me estoy muriendo... Esta frase se me ha quedado gravada en mi mente y a ratos, cuando estoy en silencio, la oigo. No quiero olvidarla, es una frase muy importante. Mi madre, en ella, me está mostrando el camino de su muerte. Y yo acepto, en silencio.

Nena, nena...

En el trabajo, este escenario que me recuerda tambien el mundo loco de Tati, me dejo llevar por el movimiento del cambio. Hay mucha adrenalina en los pasillos de mi hotel preferido, mi segundo hogar. Hay voces masculinas, ruidos metálicos, olor a madera. Hay los ancianos que decoran la recepción con sus historias trágicas y de gran soledad, hay los turistas, los pocos que quedan, y hay las chicas, mis compañeras. Me dejo llevar, como en una ola simpática.

Pero en casa es diferente. Aquí, contigo a mis pies, me quedo largos ratos en una gran quietud. Escucho mi respiración.

Nena...

No es fácil. Los días pasan y sabes que no la volverás a ver mas, ni a tocar, ni acariciar su suave mejilla.

Un día, en una biblioteca dónde estuve trabajando, una mujer me pidió un libro. Estaba nerviosa, la mujer, ansiosa y muy a lo fondo, desesperadamente triste. En el acto me levanté de mi silla detrás del mostrador de la sección de Referencias. Y juntas entramos en el laberinto de los largos pasillos de aquella biblioteca que la mujer de rasgos tristes había elegido para encontrar una respuesta a su gran dolor.

Ella y yo encontramos finalmente el libro. Era The Tibetan Book of the Dead. Cuando lo tuvo entre las manos, la mujer se puso a llorar. Yo, en silencio, escuchaba sus lagrimas, espesas de historia y de dolor. Después de un rato, de estos ratos sin minutos ni segundos, la mujer dijo:

Es que mi hija, de 6 años, se ha muerto. Y quiero entender, entender.

Más tarde, años más tarde, esta mujer se me apareció en una historia muy conocida del Buda, una historia que habla de una madre que acaba de perder a su hijo. Y como el Buda, aquel hombre tan bueno y simple, le ayudó a entender.

Entender, indagar... Como siempre, en momentos difíciles, me acompaño de libros, en este caso de dos, dos compañeros de mi silencio. Aquí están siempre cerca de mis manos. Mariá Corbí, Anne Morrow Lindbergh. Son dos amigos, dos luces. Hasta en la cama me los llevo. Debajo de las sabanas los acaricio antes de dormirme. No me dejan sola en este largo silencio.

Dos faros, dos planetas, dos firmamentos donde apoyar mi frente triste.

No es que los libros den respuesta, no es tan fácil. Tampoco el Buda le dio la respuesta a aquella mujer que, desesperada de dolor, acudió al gran maestro. El Buda simplemente le dio una pauta.

Ves y mira. Pregunta , indaga... Y verás que en todas las familias, en todos los hogares alguien ha muerto. No hay nadie, absolutamente nadie que esté protegido por esta fatalidad que es la muerte.

Laika, cuando comunico con Anne Morrow Lindbergh, cuando sus palabras bellas y claras me acarician la mente y llegan hasta mi corazón, cuando cierro los ojos y la veo, gran dama, me acerco a una verdad que es el compartir del dolor. Un dolor sin fronteras, un dolor universal. El suyo, cuando asesinaron a su hijo, el mío, el de mi vecina, el de todos. Un dolor que Buda hizo entender a la mujer que fue hacia él para que le devolviese a su hijo muerto.

Mira, nena, mira...

Dice Mariá Corbí:

La insuperable verdad final se dice inmediatamente en las montañas, los ríos, la tierra, las plantas, los árboles, los bosques, los animales y las personas. Y se dice con igual evidencia en la vida y en la muerte, en el bebé y en el cadaver, en el adolescente o en el enfermo de cáncer terminal.

Déjame cerrar los ojos madre, déjame meditar en silencio tus palabras que resbalan sobre mí como alas de mariposa, alas que me transforman, me abren los ojos del corazón y de la mente.

Por la noche el silencio es como una gran nube de oro y plata que me rodea y me habita.

Mi Africa

Mi Africa

Africa fue mi primer amor, Laika.

Africa, sí... Africa negra, espesa en su negrura reluciente de colores. Africa, mi madre Africa. Mi amor, mi pasión, mi despertar.

En sus brazos que tenían la sonrisa de aquellos niños tan encantadores, en su pecho cuando me dejaba abrazar por los ojos de Maimuna, la hermana de un hombre que yo amaba, en su vientre cuando los tam tam hablaban en medio de la nitidez del calor nocturno. Sí, Africa, patria de mi corazón enamorado.

Y desde aquel entonces, patria de mi vida, de mi alma. Desde entonces, Africa, mi continente preferido, hábitat de mi mundo imaginario, de mis sueños y deseos. De mis esperanzas y desengaños.

Cada mañana, cuando abría los ojos, me sentía otra. O mejor dicho, sentía que mi ser se iba poco a poco transformando en alguien diferente, más bueno, más libre, más humano.

Africa me enseño la solidaridad, yo que llegaba de un país dónde la individualidad es reina. Laika, yo estaba cambiando porqué estaba naciendo. Y mi madre era Africa, la bella, la fuerte, la materna Africa. Ella era mi guía.

Era la época seca y mis pies saboreaban el suave andar sobre aquel paisaje dónde todo me parecía virgen. Aprendí a reír, a bailar, a escuchar el despertar de mi cuerpo.

¡Africa!

Mi piel blanca supo unirse en un acuerdo silencioso con la piel suave del negro.

Quiero el color de tu piel, quiero ser negra como la madera oscura de las mascaras. Hermana, Maimuna de mi alma, enséñame a ser africana, muéstrame el camino.

Por las mañanas tambien me despertaban los cantos al gran Mahomet desde la cumbre de la mezquita. Cerraba los ojos y me dejaba mecer por aquella voz potente y misteriosa.

Africa, fuiste un don en mi vida, un regalo. Cuando volví yo había cambiado de piel. Había aprendido la relatividad, el poder de entrar en el espacio del otro y entender desde la otra mirada, la otra piel, el otro color.

Como me duele, Africa, el silencio que te rodea, el olvido, el sufrimiento que estas viviendo, tus hijos que sufren, y sufren sin parar. Como si no existieses tú que eres la reina de todos los continentes, la más rica y fuerte, poderosa con tus minerales y tu fauna, tus inmensos lagos, tus picos soberanos... Espaciosa, misteriosa, indefinible.

Eres el espejo de la crueldad y de la bajeza humana, de la soberbia y del egoísmo. Un dedo que señala nuestra indiferencia y nuestro despotismo. A cada vez que te contemplo me duele el corazón, se pone de sílex mi alma cuando veo tus guerras tribales, tu dureza y tu falta de misericordia. Eres tambien entonces la madre de un infierno humano.

Enséñame le decia, enséñame a ser una africana. Apréndeme a rezar sobre esta tierra de color ocre como el oro de tus ojos. Maimuna, dime que soy tu hermana aunque mi piel no tenga el mismo resplandor que la tuya.

Y Maimuna sonreía, como desde muy lejos. Su sonrisa era paciencia y bondad. Con una mano apretaba su bubú alrededor de su cuerpo largo y estrecho, moreno como la rama de un árbol quemado.

Tranquila, me decia su mirada.

Me cogía de la mano, me mostraba que la piel, blanca o negra, es piel. Como la tuya, como la mía. Somos hermanas, sí...

Africa, simplemente...

Escuchando:Drums. African Percussion, Joliba, African Drumming

Este momento

Este momento

Laika, ven, vamos de paseo, hace tanto que juntas no hemos andado un buen rato. Ven, ven... que hace un sol casi de primavera.

La calle está en ebullición, mucho movimiento, nos parecemos tanto a las hormigas... Todos sabemos que las hormigas tienen un modo de existencia muy parecido al nuestro, ¿o será lo contrario? Y aquí van, con paquetes, apresuradas y nerviosas, las hormiguitas de este fin de año.

Tú y yo, Laika mi amor, somos las únicas, así me parece en esta mañana clara, que andamos más despacio, como en otra dimensión, un espacio dónde la lentitud es necesaria, tiene su lugar de honor.

La brisa es cálida, ya no tiene aquel picante del Viento del Norte.

Andar, andar... Mientras tanto mi cabeza da vueltas en una especie de energía mental límpida.

Mi cuerpo es una maquina perfecta, y el tuyo tambien, somos dos fuerzas en sincronismo con el entorno, interior y exterior. Siento el pelo como una caricia en la nuca. Me había olvidado del pelo mío, negro y espeso, y de todo el resto. Ahora veo, de repente, lo bonito que es el cielo, tan azul en este ultimo día del año. Y el sol, que se posa con suavidad sobre mi coronilla. Es como una caricia, sí...

Las hormigas van, hablan fuerte, mueven energía aquí y allá, los autos parecen bailar una samba, los ventanales de las tiendas brillan de muchos colores, hay esencias en el aire, quizas yo las huelo como tú, como por primera vez. Después de tantos días encerrada en una habitación blanca todo de repente parece vibrar. O quizas es mi corazón herido que lo abarca todo, todo.

Saludo con la mano a mi amigo Sali, el hindú de la esquina que vende fruta a buen precio. Pienso de súbito en Asia y el terrible duelo de la tragedia en la que no solamente ellos están sometidos. La tierra ha vuelto a gemir y ahora somos miles, miles que nos unimos a su llanto. Laika, la tierra no solamente se ha movido allí, pero tambien aquí. Es el planeta entero que ha sentido el temblor telúrico. Pero nadie piensa en ello y la vida sigue, sigue.

Estamos vivas, Laika, tú y yo, andando en esta calle abierta y simpática. Y de repente me doy cuenta de la presencia intima de este momento, este momento que me parece importante, no por lo que está pasando pero más bien por lo que no está pasando, tomo conciencia del presente de este momento, de su pulso, su espesor y textura, su fragilidad y su fuerza. Andando contigo lo acojo en mis brazos, este momento, en toda su totalidad. Me digo:

Este momento es lo que hay. La calle, el sol, mi cuerpo, tu energía, la sonrisa de mis vecinos de barrio, la brisa sobre mi cuello, mis pies en movimiento, el ruido del trafico, los olores que van y vienen como mariposas alegres, los colores de los abrigos, la risa de un niño que pasa a mi lado corriendo, la voz áspera de un anciano hablando con un amigo... Solo hay esto, nada más. Y este momento es la cosa más bonita que hay en mi vida.

Mi vida en este instante trasparente como una gota de agua es este momento, toda mi esencia, mi ser, toda yo soy este momento que se deja abrazar como un ser querido, y que me abarca entera, de los pies a la cabeza. Mi vida, mis sentidos, mi corazón... este momento y nada más.

Todo de repente en harmonía, sin fisuras, sin estrés, sin dolor. Es lo único que hay, Laika. Y que agradecida me siento de vivirlo.

La sonrisa de mi madre

La sonrisa de mi madre

En la foto pareces una actriz de película, el pelo tan negro que tenias, un poco ondulado. Y estos vestidos que llevaban las mujeres de tu época, muy acampanados. Ah, y los tacones...

He venido a buscar tus cenizas aquí, en la montaña de Colserolla. Es domingo y hace fresco. Todo está muy verde, es como el otoño aún, nuestro otoño canadiense. A ti tambien te gustaba el frescor, más que el calor.

He llevado esta foto conmigo para que me hagas compañía en este trayecto extraño y difícil. Así no me sentiré tan sola.

Eras muy guapa, mamá. Y elegante. Y coqueta. Tenias facciones de muñeca. Eras de estatura mediana, llena de una vitalidad sensual. No nos parecíamos en nada, físicamente. Yo era como el padre, decías siempre con hincapié. Esta hija no se me parece en nada, afirmabas. Es como él. Mismo carácter, mismo mal carácter. Un monstruo.

Sonríes. ¿A quien? En tu cara suave y dulce hay como una nostalgia, un toque de romanticismo.

Ah, madre, madre...

De pequeñita yo no podía vivir sin ti. Cuando no estabas, mi mundo se apagaba, perdía su color, se transformaba en algo sin forma, sin fuerza. Eras, en aquellos años, mi vida, mi sol, mi aire, mi agua.

Ay, Llydia, me estoy muriendo...

Algún día olvidaré aquella habitación y los gemidos de una mujer muriéndose sobre una cama de hospital. Y cuando sea mi turno, será sin madre.

En la foto estás soltera. Se nota en tu porte, altanero y libre. En tu mirada directa, en tus ojos brillantes.

Siempre he oído lo mismo, que habíamos sido tu desgracia. ¿Por esto nunca he querido tener hijos? ¿Que nunca quise ser una madre? Para no repetir esta maldición, esta cadena familiar.

Tenías una boca preciosa y una tez cálida y tierna. Una frente muy ancha, llena de imaginación, de miedos, de inseguridades. Sí, me has transmitido todo esto, la imaginación, el miedo, la inseguridad y la culpabilidad, que tú tambien tenias pero que nunca quisiste asumir. Yo la asumí en tu lugar, esto es frecuente entre madres e hijas.

Cuanto amor y odio, odio y amor entre una madre y una hija.

Nos hemos peleado toda la vida, ¿recuerdas? Yo era la rebelde y tú nunca aceptaste esta rebeldía. Ni tampoco mi inteligencia. Ni mi fuerza.Pero tu eras más sabia que yo, más inteligente y valiente.Sin embargo, incapaz de ver estas fuerzas en tí, tampoco las viste en mi. Y yo ignoré tu Persona, tu Ser. Siempre luché para combatirte. Hoy, simplemente, me pregunto el por qué. Y no encuentro, en mi profundidad, respuesta.

Es un día fresco, casi frío. Y no puedo abrigarte, consolarte, no puedo hacer nada para que me perdones. No puedo reparar el tiempo, que hace hoy de mí tu hija sin madre. En esta pequeña foto en blanco y negro, aún no eres mi madre. Creo que fuiste feliz, en algún lugar, esto quiero creer. Te quiero ver feliz, riendo.

Es lo único que deseo, en este domingo parado en el tiempo de mi vida. Que seas feliz.

Mi amigo el gorila

Mi amigo el gorila

Para Sergi, con cariño...

De pequeña me gustaba hacer el gorila, sobretodo en casa de mi abuela, en medio de su largo jardín todo desordenado. Laika, no sabes lo bien que me lo pasaba haciendo de gorila.

- ¡Ho ho ho ho ho!

Y me paseaba medio doblada, mis largos brazos rozando el suelo, como un gorila. Mi abuelita me miraba con una media sonrisa.

- Esta niña acabará mal, le decia a mi tío Danny que siempre fumaba puros leyendo novelas policiales en un rincón del jardín, cerca de la entrada de la cocina.

- Deja... que los gorilas son muy simpáticos.

Yo hacia de gorila cuando me sentía triste, lo que era muy a menudo, o cuando sentía el deseo de desahogar algo dentro de mí, algo que yo no sabia lo que era. Como una rabia, o un deseo.

- Ho ho ho ho ho hooooooooo...

Los gatos que habitaban el jardín largo y misterioso de la casa de mi abuela, que eran muchos ya que ella los recogía para que no se muriesen de frío o de hambre, me estudiaban con desprecio escondidos detrás de la gran palmera, fuente de sombra situada en medio de aquel mundo verde.

Yo era el gorila más bello y fuerte del planeta.

Bello y fuerte como el gorila que mi mirada contempló largo rato una mañana de primavera, en una visita con mi tío Danny al parque zoológico.

- Aquí tienes el gorila, dijo mi tío cuando nos paramos finalmente enfrente de la inmensa vidriera. El rey de la selva. Si, niña, aquí está nuestro hermano el gorila.

Las palabras de mi tío produjeron un gran impacto en mí ya que en ellas sentí como una gran tristeza y a la vez un inmenso recogimiento. Fijé mis ojos en la espesa y voluminosa sombra negra que me miraba detrás del vidrio. Me estaba mirando a mí, directamente en los ojos. Y yo, sin miedo, protegida por la presencia cálida de mi tío, miraba directamente en los suyos.

Yo, aquella mañana de primavera verde y amarilla, ligera y suave, con mi tío y mi corazón de niña, sentí una gran alegría al encontrarme cara a cara con el gorila. Una fuerza potente, como la de un trueno, parecía habitar aquellos ojos negros como el carbón, pero brillantes y de una dureza tan humana, tan profunda. Me olvidé de todo, del vidrio que nos separaba, de los otros niños que miraban espantados, de la mano de mi tío que recogía con mucho cariño la mía. Yo sabia simplemente que aquel animal era la bestia más bella que mis ojos habían visto hasta aquel día, aquel pelaje tan oscuro entre el azul y el negro me daba ganas de acariciarlo y de dejarme abrazar, aquellas facciones tan... tan normales, la nariz, la boca, las mejillas... Todo el cuerpo, sus brazos cruzados que me recordaron a los de mi abuelita cuando se enfadaba. Sus inmensas piernas fuertes y espesas como dos columnas. Estaba sentado sobre un tronco de árbol y me miraba. Y en aquel instante sentí que nunca nadie, nadie, me había mirado así, tan abiertamente, ni tan nítidamente. Era como una mirada que me tocaba en lo más profundo de mi ser. Sin muros, sin necesidad de hablar, sin gesto. Sí, una mirada clara, pura. Así lo vi aquel día, y así lo sigo viendo hoy.

Después de un largo rato, un rato sin minutos, espeso y suave, mi tío me dijo como desde muy lejos que nos teníamos que ir.

- ¿Volveremos? ¿Volveremos a venir a ver al gorila? ¿No se habrá marchado el gorila?

La sonrisa de mi tío era muy buena.

- Claro que volveremos... cuando quieras. Aquí estará el gorila, es su casa...

Nos fuimos y le saludé al gorila con la mano pero él no se movió ni tampoco me saludó. Me siguieron sus ojos un rato y luego volvió a mirar con interés a otra niña que se había parado enfrente de él.

Más tarde, adulta y consciente, cuando he ido a visitar a mi amigo el gorila en algún parque zoológico, siempre he sido la primera en bajar la vista. Laika, cuando un gorila te mira, lo que sientes es una gran vergüenza. Y a cada vez yo he aceptado este sentimiento, lo he aceptado además con mucha gratitud. La vergüenza es algo que tendríamos que vivir más a menudo. No haríamos tantas barbaridades si sintiésemos más vergüenza.

Hoy recuerdo aquel gorila, el primer gorila de mi vida, el primer contacto con la bondad salvaje, la bestia majestuosa por excelencia. Sus ojos de agua negra nunca han parado de mirarme.

Bhopal

Bhopal

Un chillido en la noche eres,
en mi alma
Oh, mi querido y dolido
paisaje de desesperación,

mi triste y olvidada tierra
dónde la indecencia

en Bhopal.

Como ratas, como escarabajos negros
hediondos y asquerosos
así fueron los asesinos
de mis niños del Bhopal.

Y el llanto no calmó el dolor
ni la muerte calmó la muerte
ni las lagrimas, ni el fuego,
Ni la tierra sobre tu faz, mi pequeña del Bhopal.

¡Oh! Bhopal de mis entrañas,
los fantasmas se levantan
cada 2 de diciembre,
salen y aúllan en el corazón
en el mío,
en el tuyo,

en el de la tierra, mi trozo de tierra
sin vida,
mi Bhopal de blanco y negro.

Una nube de muerte
y una nube de olvido
pero ¡chillar!
no paréis de aullar
Nunca
Nunca
esta indecencia inconsolable
este Bhopal triste y solitario...

Hasta que los asesinos,
hasta que los muertos duerman en paz
y los vivos puedan cerrar
los ojos
de mi pobre y tragico Bhopal.

escuchando:Ravi Shankar - Ganja Music - Indian Vibes Sitar jam 2

La terraza

La terraza

Salem, Laika y Pinki están tomando el sol en una terraza. A lo lejos puede verse la fina línea horizontal del mar. Deben de ser alrededor de las 2 de la tarde.

Salem, su cabeza sobre sus dos patas delanteras: Uf, que calor... Pero que bien estamos aquí, sin nadie, solo nosotros tres.

Laika ha estado jugando con una pelota de ping pong pero al final, aburrida de que nadie jugase con ella, se ha estirado debajo del gran geranio situado en una esquina de la terraza.

Laika: Este sol es tan fuerte... ¿ Cómo es posible que los humanos adoren ir a la playa para dejarse quemar la piel?

Salem, ojos cerrados: Los humanos no están bien de la cabeza.

Pinki, de repente muy animado mirando de un lado a otro, ojos extraviados: ¡Mi Luisa sí que está bien de la cabeza, ella! ¿Dónde está, donde está mi Luisa?

Laika y Salem estudian a Pinki con curiosidad.

Salem, se dirige a Laika: Tenemos a un gato nervioso, por lo visto.

Laika: Cosas de la vida.

Los meteorólogos han anunciado que seria un verano duro, intransigente. Sobre la terraza sin embargo baila, a ratos, una ligera brisa. Las palmeras, hay dos, plantadas en grandes macetas, ofrecen un poco de sombra. En el aire flota un ligero y suave aroma a mar, a este mar tan grande y tan azul que Luisa y Ella han ido a visitar con sus bolsas llenas de libros y revistas, cremas para la piel, botellas frías y bocadillos de chorizo, de jamón y queso. Toda una parafernalia que los animales han estudiado con mucho interés, de lejos y sin molestar. Cuando ellas han cerrado la puerta después de un momento de confusión para ver si llevaban las llaves de la moto, el piso se ha quedado en un extraño silencio apacible como el respiro de un recién nacido. Hasta han podido escuchar el rumor del mar, allá a lo lejos.

Salem, sonriendo con sarcasmo mirando a Pinki de arriba abajo: ¿ De donde vienes, gato de extraño pelaje? Que yo sepa no eres de ninguna raza inscrita en el Libro de los Gatos del Gran Larousse. Seguramente has nacido en alguna callejuela y has sido abandonado por tus progenitores ¿Cómo has venido a parar hasta aquí?

Laika: En verdad tienes razón, este gato además de ser nervioso es de un genero bastante fuera de lo normal. Estos colores, marrón y gris, están distribuidos de una manera muy original ya que dividen el cuerpo como en dos. Muy curioso, sí.

Pinki, levantando los ojos al cielo: En realidad no sé de donde vengo, ni sé nada de mi familia. Un día me pusieron en una cesta y de repente al cabo de un rato unas manos suaves me apretujaron y levantaron en el aire. Entonces vi la sonrisa de Luisa, mi ama y la propietaria de mi vida. Es cierto que ella dijo ¨¡ Que gato tan simpático!¨ Y entonces vi que se dirigía a un hombre, el Ruso. Se pusieron a reír.

Salem: Normal.

Pinki: El Ruso empezó a hablar de historias de gatos de su tierra querida, valientes e intrépidos, y Luisa lo escuchaba boca abierta. Y el Ruso venga a hablar, no paraba, parecía una locomotora. Decía sobre estepas rusas y gatos cazadores de liebres. De los ojos de estos gatos, por la noche, de cómo brillan en medio de aquel inmenso espacio ocre y de cómo a veces puede verse entre su vegetación largas colas de gatos saltarines y traviesos muy parecidos a panteras. Luego el Ruso se volvió hacia mí y, señalándome dramáticamente con el dedo, dijo: ¨Míralo, se ha quedado dormido en tus brazos, buen gato.¨ Pero yo no dormía, yo solamente soñaba con la gran estepa.

Laika: Estos rusos...

Pinki: El color de mi pelo es poesía, así dijo el ruso.

Salem, se endereza y de un gran salto sube sobre el reborde de la terraza: Los rusos son misteriosos, como los gatos. Yo les respeto porqué son individuos íntegros y valientes. ¨Dommage¨ que Ella no tenga un ruso. La vida aquí sería un poco más inteligente.

Laika, levanta la cabeza: ¿Qué insinúas?

Salem, cierra los ojos: Nada.

Pinki: El caso es que yo soy un gato mimado y ellos dos, Luisa y su ruso, me respetan mucho.
¡ El otro día él me trajo caviar!

Salem: Bof.

Laika, en voz baja: Pinki, por favor, no continúes con el tema del caviar, es un tema delicado para Salem.

Pinki mira de reojo a Salem que, sentado muy derecho parece un sultán orgulloso.

Laika, sin levantar el tono de voz y orejas en atención: El caso es que el hermano de Salem, un tal Dino, se tiró de una ventana después de haber comido un plato de caviar.

Pinki, abre sus immensos ojos: ¡Oh!

Salem, muy serio: No fue el caviar lo que mató a mi hermano, sino más bien mujeres, especialmente una que trajo un día caviar y Champagne. Las mujeres están locas, esto se sabe, esto lo saben todos los gatos. Las que pasaban por casa eran un desastre. Dejaban sus bolsos en medio del suelo, sus ropas interiores, y era una locura todo aquello esparcido por todas partes. (Mueve los bigotes con disgusto.) En todos los rincones siempre había algo, y a Dino, mi hermano felino, le atraían especialmente los bolsos de aquellas mujeres. En ellos se introducía como en una cueva, rebuscaba, mordía, olía. Había de todo en aquellos bolsos misteriosos, objetos extraños que ellas llaman maquillaje, papeles, recibos, libros, carpetas, cajitas con píldoras, llaveros... Dino se volvía loco y esta locura le duraba todo el día. Su frenesí llegó a su punto culminante cuando un día una de aquellas sanguijuelas viene con caviar y deja la lata abierta sobre el mostrador de la cocina. Dino ve el caviar, salta sobre el mostrador, coge la lata entre sus dientes y se la lleva dentro del bolso de la mujer. Cuando la mujer se entera de lo que ha pasado se vuelve histérica, hay una pelea entre un bolso que parece vivo y una mujer que no para de chillar. Hay arañazos, sangre, escupitajos, silbidos, y al cabo de un rato sale Dino de dentro del bolso, la mirada extraviada, salta sobre el bordillo de la ventana del comedor y...

Hay un silencio extraño en la terraza, casi un silencio entrañable. El cielo, sin nubes, parece una gran pared de mármol brillante. Es la hora de la siesta y apenas se oyen voces humanas. A lo lejos el mar resplandece, inmaculado y azul.

Pinki: Yo digo que los bolsos de las mujeres no tendrían que existir.

Salem, irónico obsevando una gaviota volar a lo lejos: Se dicen personas libres pero ¿cómo pueden serlo si llevan bolsos tan pesados y tan cargados? No me extraña que tengan problemas de espalda.

Laika: En el bolso de Luisa siempre hay algún caramelito para mí.

Pasa un moscardón cerca de Salem que hace como si no pasase nada. A la sombra del geranio hay un bocal con agua y Pinki ha ido a refrescarse la nariz. Laika se ha quedado dormida de un ojo y ronca ligeramente. Salem mira a lo lejos.

Recuerda. Recuerda playas que Él, su amo de antes, contaba. Decia que en ellas la arena era tan fina que parecía oro. Que en el mar los peces bailaban la samba. Que el mar cantaba una canción eterna, sencilla y bella. Salem, le decia mientras se encendía un cigarrillo y se estiraba sobre la cama. Salem, mi amigo. Un día vendrás conmigo y verás como la libertad tiene un lugar entre el azul y el amarillo. Y Salem ronroneaba simplemente feliz de aquella paz que había entre ellos dos, sin mujeres y sin bolsos. En aquella habitación que era como una concha marina se había creado un lazo, tambien eterno, entre un gato y un hombre.

Salem abre los ojos. Pronto llegarán Luisa y Ella, habrá movimiento, palabras, risas, humo de cigarrillos rusos, comida, mimos... Pero no estará Él, su único compañero de verdad.

Si, piensa Salem con ironía bien felina, pronto llegarán y la vida seguirá y mañana será otro día.

Un lugar en mi corazón llamado Polo Norte

Un lugar en mi corazón llamado Polo Norte

Ha llovido toda la tarde, unas gotas finas y ligeras y desde el comedor oímos su resbalar sobre el gran ventanal. Ya es de noche.

Después del pastel de queso es bueno descansar con unas copitas de dulce alcohol. Salem y Laika nos hacen compañía, estirados sobre el suelo enfrente de nosotras.

Digo:
- Este Marie Blizard está muy requetebueno.
- Me lo ha regalado Pierre, que acaba de llegar de la Moselle. Dice que está haciendo mucho frío por allá. Brrrr, con lo bien que estamos aquí...

Yo, estos días, me añoro del frío. He vivido treinta años en un país dónde en invierno las temperaturas podían bajar a menos 40 y, curiosamente, me gustaría estar en pleno invierno, en medio de una buena tempestad de nieve. Me añoro, sobre todo, de temperaturas extremas. Del sentir del frío, palpable como el metal, como la plata o el oro. Y su color... blanco intransigente, y plateado mojado. ¿Cómo no recordar el tacto, duro y suave? Del hielo, que pintaba el paisaje de cristal y era como entrar en un cuento de hadas. De la nieve, que parecía azúcar cristalino. Y el sonido que hacían las botas sobre el suelo, crac, crac. Y todo esto, ahora, es una gran ausencia en mi vida, una ausencia que nunca hubiese pensado recordar.

- Dame otra copa de este Blizard.
- Cuidado, que este anís es duro aunque sea muy dulce.

He hablado mucho del Polo Norte, y tambien he soñado con el Polo Sur. A tal punto que mi compañero me ha significado que vaya a ver al psicólogo. Yo, francamente, siempre me quedo nostálgica cuando hablo o pienso en ello. La dureza de estas tierras me atrae, no le puedo hacer nada. Es como si estuviese poseída por el viento del Norte.

- Me pregunto como debió sentirse Roald Amundsen, al pisar el primero y por primera vez aquel inmenso trozo del planeta. Fue un 14 de diciembre de 1911. En el Sur. Y en el Norte, en 1909, Robert E. Peary.

- No pienses más en ello, dice Luisa. Estamos aquí y aquí no hace frío y se está tan bien...

Pienso en ellos, es más fuerte que mi voluntad. Los grandes exploradores, sus acompañantes, todos ellos que osaron largarse, dejarlo todo... Quizas es de esto que me añoro, en el fondo. Irme, irme lejos de todo, todo...

Estos héroes locos me hablan. De lo valientes que eran, cosa que admiro. De sus penas y sus dificultades en aquellos viajes interminables. Del hambre, de la sed, del frío, del cambio. La dureza del ambiente debió tambien, en algún lugar, endurecerles por dentro.

Iban acompañados con perros y gatos, sabían de vientos y cielos. Entraron en contacto con los nativos de aquellas tierras, intercambiaron, dieron, recibieron. Cuanto, cuanto.

¿Y cuando vieron por primera vez las ballenas, los osos, los remos? Los lobos marinos, las focas, toda esta fauna que hoy está en peligro de extinción, toda esta fauna rica y viva, y ellos ahí, como sobre otro planeta, lo que era. ¿Qué pasó por sus mentes? ¿Cómo se sintieron? No eran cazadores, estaban ahí para investigar, investigarse, aportar información, para ofrecernos el Norte, la punta de la tierra, o el Sur, mostrarnos dónde yacía la antena de la tierra, su cabeza, su corazón de agua helada, sus vísceras de hielo.

El Norte me está llamando. O quizas lo que oigo es su llanto. Por esto sueño con él, por esto me añoro de aquellos años cuando su soplo llegaba hasta la puerta de mi casa embriagándome de los pies a la cabeza.

Un compañero de trabajo me ha dicho
- ¿Existe aún el Polo Norte?

Y cuanta razón tiene esta pregunta, cuanta verdad hay en ella. Pronto, por el calentamiento de la tierra, ya no habrá más ni Polo Norte ni Polo Sur.

- Y por esto, Luisa, hay que vigilar al Polo Norte, por esto. Cuando cese de existir, ya no habrá más vida sobre la tierra.

El Polo Norte es un barómetro, una especie de pulso de la tierra. Yo lo siento aquí, en el fondo de mi pobre pequeño corazón. No le puedo hacer nada. Es un latir incesante. Es una canción de frío y de pasión, llena de vida y de una luz extraña y salvaje.

Un día cualquiera y una mujer, leyendo

Un día cualquiera y una mujer, leyendo

Laika: Salem y tú estais castigados. Tú por haber perseguido maliciosamente a Salem, y Salem por haber subido sobre la mesa y haberme tirado la taza de café sobre el teclado.

Así pues, he bajado al centro de mi ciudad a por un nuevo teclado. ¡Ah! Es un buen día de descanso, lejos de mi querido trabajo, de mis compañeras, de las habitaciones del hotel. Un día para mí, solamente.

Un día gris pero es igual, llevo el sol dentro de mi cuerpo. Lo primero que hago es pararme en la cálida cafetería cerca de la librería de segunda mano, dónde puedo encontrar libros en ingles a un precio casi ridículo. Un grupo de viejas mujeres toma café en un rincón, yo me siento en la barra y pido un cortado. Es una mañana como otras pero hoy nada corre prisa, o mejor dicho el tiempo corre despacio y suavemente. Abro mi John LeCarré. Es una buena novela y LeCarré siempre me pone de buen humor. Su ironía, su mirada del detalle, sus personajes humanos y su critica del mundo me apasionan. Leerlo es realmente uno de los grandes placeres de mi vida.

La acción de la novela pasa en Asia, en plena guerra de los Khmer Rouge. Justamente, he llegado en medio de una escena realmente interesante en la historia, una escena potente y fuerte: un periodista inglés (pero tambien espía), una joven fotógrafa y un comerciante británico están dentro de un Mercedes (del comerciante) en medio de un camino en plena batalla (pero lejos). El lugar: Phom Penh. Empieza a llover.

- Está lloviendo y no hay ningún crío, esto no es normal, dice la joven fotógrafa.

En Phom Penh si llueve y no hay crios jugando bajo la lluvia es signo de peligro. De gran peligro. Dentro del Mercedes hay un momento de silencio, una especie de limbo mental. El chofer, un nativo que habla francés, ha parado el automóvil.

- Jesús Christ, dice el comerciante. Holy God.

Los ingleses son muy finos. Si el comerciante fuese americano diría simplemente:

- ¡Holy Shit! ¿What a fuck is that?

- El cortado, guapisima.

Levanto la cabeza. Algo en el tono del hombre, como una amargura camuflada detrás de su tono. Es un hombre moreno, interesante y alto y sin embargo su cara está muy triste. Miro de reojo a su compañera, preparando bocadillos a la otra punta de la barra. Y siento la tensión entre ellos como si fuese mía. Ya se han vuelto a pelear.

- Lentamente, dice el periodista.

Y es que del otro lado de la lluvia, del otro lado de la vida y de la frágil protección del Mercedes un camión gris ha cerrado el paso y detrás del Mercedes, del otro lado del camino, otro camión tambien ha hecho lo mismo.

Ay.

- Enseñar las manos, aconseja el comerciante. Que vean nuestras manos... Que las vean sin armas, sin nada, mostrar las manos...

- ¡Paquito! ¡¡¡Me oyes!!!

Una de las ancianas del rincón está hablando con su teléfono mobil.

- ¡Soy Carla, Carla tu tía! ¿¿¿Que no me oyes???

Y, dirijiendose a una de sus compañeras:

- El pobre está sordo, y mira que no tiene ni cincuenta. Que desgracia...

Y es que no se trata de camiones cualquiera. Estamos hablando de camiones ocupados por soldados Khmer Rouge. Y estos están afuera, depié, armados y esperando bajo la lluvia...

- ¡Que si quieres comprar la lotería hijo! ¡La lotería de Navidad!

Maldita tía, pienso.

Corre la voz por toda Asia que es mejor suicidarse antes que caer bajo las manos de los Khmer Rouge. Compañeros del periodista llevan consigo veneno o un pequeño revolver por si las moscas y dispuestos a utilizarlos en caso de que los Khmer Rouge los tomen como prisioneros. El folklore es muy fuerte, en estas regiones.Pero más que folklore se trata de una realidad. Si te cogen, la primera noche es la única noche que tienes para poder escaparte. De lo contrario, estás perdido. Los Khmer Rouge no solamente te quitaran los zapatos pero tambien tu salud y harán de ti lo que ni Dios puede imaginar en sus peores pesadillas.

- ¡Que no hijo, que no! Que no estoy hablando de bollería pero de la lotería. ¡Joder!

El Mercedes avanza lentamente hacia su destino. Y llueve, llueve sin parar y hay tensión en el auto. Una cosa es segura: si logran pasar el baraje, vale. Pero de lo contrario entrarán de pleno en el magnifico infierno de Pol Pot.

- ¿Que no ves que a este maldito bocadillo le falta el queso?

Ha hablado fuerte, el morenazo. Levanto la cabeza, de nuevo. Que pena que un hombre tan así haga pareja con una mujer tan asá. Cosas de la vida...

Todos sabemos lo que hicieron los Khmer Rouge, para esto no hace falta mucho conocimiento en Historia. Mataron sin piedad, torturaron, aniquilaron, fueron responsables de un genocidio, otro. Enfin, la triste vida...

El Mercedes va avanzando con mucha lentitud. ¿Pasará por el hueco entre el borde del camino y el camión? ¿Y si no pasa, si no hay espacio, si, por cosas así, del destino, los Khmer Rouge deciden parar el automóvil, vaciarlo de sus ocupantes?

- Lentamente, muy muy lentamente, vuelve a decir el periodista.

¿Cuántos fueron? Dos millones, o algo así, los que murieron bajo el yugo de estos hombres demoniacos, dementes, locos.

El Merce...

- ¡Cinco euros, hijo, solo cinco euros!

Cierro el libro de un golpe fuerte. Basta. La vieja chillona me mira con sorpresa. Yo, simplemente, me pongo a reír. El guapetón me guiña un ojo. Pago el cortado y salgo de la cafetería. Que bonito día, pienso.

El Polo Norte

El Polo Norte

Within your heart, keep one still, secret spot where dreams may go.

Louise Driscoll

Estamos tú y yo en medio de una tierra espesa y blanca. Tú y yo en el Polo Norte.

Aquí, en esta inmensidad plateada, finalmente nos hemos vuelto a encontrar. Ah, cuanto tiempo amigo mío.

Firgoff..

Yo muchas veces te había dicho:

- Hasta en el Polo Norte me iría contigo.

Y tus ojos marrones oscuros siempre habían asentido. En el fondo, dónde fuese. Pero juntos. Hasta en el Polo Norte.

Mi buen perro Firgoff... Este mes hace un año justo que te has ido en esta otra dimensión, misteriosa e inaccesible, del otro lado de esta realidad nuestra, y esta dimensión tuya es la misma que hay en mi corazón.

Me has venido a visitar, amigo mío...

Te lo decía muchas veces, esto del Polo Norte. Era una frase secreta entre nosotros, una frase de complicidad, una especie de código. Reíamos en silencio.

Estamos solos...Y el viento del Norte está ausente... No hay ningún sonido aparte el respirar nuestro que se transforma en fina niebla. Somos dos puntos en medio de esta soledad lunar,blanca y viva, limpia y misteriosa. Muy a lo lejos sabemos tú y yo dónde, del otro lado de la estepa, se encuentra un pequeño pueblo con casas de tejados rojos y puntiagudos. Y perros, Huskies, muy simpáticos.

El frío no nos toca, protegidos que estamos, tú con tu pelaje y yo con un buen abrigo de plumas. El aire que respiramos es fresco y puro, picante. Tus bigotes brillan y parecen hilos de plata alrededor de tu hocico húmedo y frío.

Somos dos puntos unidos en una blancura estrellada, en el fin del mundo.

En la punta del planeta estamos, en uno de los extremos de la tierra... Aquí no hay limites. Todo es espacio abierto. Tundras y desiertos...Osos blancos y fuertes. Y mares con sus focas y sus ballenas. Un poco más lejos, pero no tanto, el Canadá, de dónde venimos pero tambien otras tierras de bonitas consonancias: Groenlandia, Alaska, Islandia... y ciudades con nombres extraños, Inuvik, Doudnka, Karaoul, Mourmansk, Srednekolymsk...

Pronto se levantará el día que coloreará la cúpula gris de un amarillo pálido y lejano. Y luego llegará el sol y la luz del día crecerá lentamente. Entonces, bajo un cielo incandescente y rosado, podremos empezar a andar.

Aquí estamos, como promesa que nos hicimos. Me quito un guante y te acaricio la cabeza. Tú sigues mirando delante de tí, vigilando el levantar del día. Que suave es acariciarte de nuevo. Tu pelo negro brilla y resalta, eres mi oso polar, mi guardián, mi caballero del hielo. Eres un perro muy guapo. Como me gusta sentir de nuevo el palpitar de tu energía... El latir de tu corazón aqui, junto a mí, en medio de este paisaje limpido, edén de cristal y vidrio.

No me da miedo nada, ni la blancura, ni el vacío, ni la soledad. Pero esto sí, contigo.

Dos puntos en un lugar que podría ser el cielo.

El llanto de la señora Juana

El llanto de la señora Juana

La montañas, los ríos, la tierra, los árboles y los bosques irradian continuamente, tanto de día como de noche, una luz hermosa y sutil, un sonido dulce y melodioso que expresa y evidencia por doquier la insuperable verdad final.

Yuansou

Calma, Laika, calma... es solamente un llanto que se oye en medio de la madrugada. Es el llanto de la señora Juana.

Estas inquieta, Laika, vas de un lado para otro, tus ojos posados sobre mí. Pero yo no puedo parar este chillar hondo y doloroso. ¿No oyes? Es un dolor expresado en voz humana. Es dolor que sube en los aires para explosionar y dejarnos en un silencio interior inaccesible y terrible.

Cuanta vida hay en este chillar de bestia herida. Cuantos recuerdos. El primer beso, el primer hijo, el amor y la amistad, el día a día. Todo en este muro negro que de repente se ha abatido sobre la pobre señora Juana. Ella chilla, se le acaba de morir su compañero, su amante, su esposo y confidente... Cuarenta años se han derrumbado a sus pies.

¡Chilla, chilla Juana! Amiga, chilla.

El cielo gris va lentamente tomando texturas rosas. Un nuevo día, Laika, acaba de empezar.

Calma Laika... que no se le puede hacer nada. Somos hormiguitas, somos la brisa, somos polvo. Somos el vacío y un llanto que pregunta el por qué... Y que fácil es morir con lo difícil que es vivir.

Ah, Laika. Poder calmar y apaciguar este llanto insuperable y profundo cual un pozo sin estrellas. El llanto de la señora Juana es universal, es mi llanto, es el de todos los seres vivos que van y vienen y es un llanto que no queremos oír porqué abridor de puertas e inquietudes sin respuesta, que nos separa por su intransigencia y su semblante de crueldad. Pero quizas es el llanto de la verdad.

No sé, Laika. Yo, en esta mañana gris y rosa y viva, no sé nada. Aquí estamos tú y yo, en silencio, los ojos cerrados, quietas y solas en medio de algo viejo como la misma tierra, en medio de un ciclo, en medio de la muerte.

La noticia

La noticia

Laika, estoy enfadada.

Cuando estoy enfadada parezco una bruja, vale. Y tú me miras con sorpresa hasta que te das cuanta que no es contigo que mi rabia va.

Tan enfadada que cogería la televisión y la tiraría a la basura. Punto. Ya lo hice una vez, cuando la guerra del Rwanda. No seria, pues, la primera vez.

Lo vendedores de la muerte han empezado el telediario hoy, a las 2 y media de la tarde. Una hora dónde muchos niños están mirando la tele. La hora de la comida.

Nos han mostrado, como noticia primordial, como unos Marines mataban a sangre fría a unos heridos, en este caso Irakies. Nos lo han mostrado dos veces, como si una vez no fuese suficiente. Gratuitamente, con todo los detalles hemos sido testigo de una salvajada.

Me pregunto, ¿qué clase de periodismo es este? ¿ De que sirve, para informar, mostrar el sadismo tan nítidamente? Y no solamente el sadismo pero el sufrimiento. Estos heridos hacia horas y horas que estaban agonizando. Luego hemos visto como los soldados americanos cogían los cuerpos de los muertos como si fuesen sacos de patatas.

Sabemos todos, Laika querida, lo que es una guerra, sus crueldades, sus locuras, bestialidades. Lo que no es aceptable es que nos lo muestren durante la comida del medio día.

Yo soy adulta y mi reacción puedo entenderla. Yo puedo analizar, sopesar, entender o intuir, puedo relativizar y hasta puedo ver lo que no hay de noticia en una noticia de este tipo. Pero un niño no. No está capacitado para hacer todo este trabajo intelectual.

De todas maneras se trata de esta violencia tan cruda, tan cruel, tan salvaje; y ellos, los periodistas de la televisión, nos la tiran en la cara para hacernos participes de asesinatos en masa. No tiene sentido.

Lo que los periodistas hacen no es informar pero exaltar, emocionar. Entre esto y el circo romano no hay mucha diferencia. Estamos en ello, en una sociedad que acepta la sangre, el dolor y el sufrimiento como entremés de comida.

He chillado y he hecho lo único que puedo hacer, Laika. Quejarme al canal que ha pasado la noticia. Luego he llamado a la Defensa de la Audiencia. Y me he vuelto a quejar.

Y ahora alejar esta rabia que tengo aquí, en mi pecho. Una rabia que tengo que transformar en acción, en amor y paciencia.

(Tel. para quejarse: 901 100 321)

Hombres de pasión

Hombres de pasión

Son hombres con fervor, se nota.

Míralos, Laika. Como chillan y gritan el nombre del hombre que ya no está. Como levantan los brazos. Y como las manos bailan en los aires.

Son hombres de pasión ya que solamente la pasión les queda. No tienen nada mas, ni país, ni tierra y, a veces, ni identidad. Chillan y gritan el nombre del que ya no está.

Desde la otra punta del mundo, en casa, yo estoy con ellos. Como me gustaría estar en medio de este océano humano, sentir el palpitar de sus corazones, llorar y cantar con ellos.

Ellos sin tierra, ellos que viven en un inmenso campo de concentración. Ellos que son como nosotros, ni más ni menos. Con nuestros sueños y nuestras ilusiones.

He apagado el sonido para no oír los comentarios absolutamente ingratos. Palabras sin compasión, comparaciones estúpidas, reflexiones que muestran mentes fanáticamente cerradas. El silencio, por favor. Hombres están esperando la llegada del hombre que representaba un pueblo. Están tristes. Y cuanta fuerza en esta masa humana. Esta unión, este llanto.

¿Y que pasará, ahora?

Hoy Laika, yo tambien soy de Palestina.

Reunión

Reunión

Mira, Laika, aquí está la niña...

Siempre que quiero verla la encuentro en estos jardines del Hospital de San Pablo. Y es que es aquí, en este lugar un poco mágico para ella, que se hizo el ultimo paseo familiar antes del gran viaje al Canadá. Aquí ella jugó por ultima vez con sus primos...

Mira bien Laika, es ella. ¿No me reconoces? A que sí...

Sentada en un eslabón está mirando en el vacío. Hace mucho que no paso por aquí a verla, tan ocupada y complicada es a veces la vida. Pero hoy es un día especial. Hoy he decidido que ya no quiero verla más triste ni sentada en este lugar gris y solitario.

Cuando levanta la vista y nos ve le reconozco esta pizca de travesura en la punta de la nariz. Sí, Laika, siempre fui muy mala, de pequeña, pero paré de serlo cuando me fui al Canadá.

- Hola...
- Hola.

Está seria, sin embargo, y nos estudia tristemente. Su abrigo gris, que me compró mi madre, no le queda bien. Bien sé yo que nunca mi madre supo elegir mis colores preferidos, ni nada de todas maneras. Por esto, durante tanto tiempo, me encontré fea, vulgar y ridícula.

- Mira, Llydia, te he llevado un abrigo nuevo. Pruébatelo.

Se levanta, obediente y con, en los ojos, un poco de sorpresa. El abrigo que le ofrezco es rojo, rojo como la vida. Yo sé que el rojo, color de la sangre, me está bien. Se lo prueba, un poco nerviosa ya que no se esperaba a recibir un regalo en este día tan triste. Y como por magia veo enfrente de mí una niña de apenas 9 años bonita y feliz. El pelo negro y los ojos oscuros resaltan como si fueran carbón ardiente.

- ¿ Es para mí?
- Si, es para ti, para que te encuentres bella y atractiva. Y para que no tengas frío, nunca más.

Ves, Laika, es muy fácil hacer feliz a una niña. Ahora ya parece otra. Ahora hasta parece más valiente, más fuerte. Me sonríe.

- Hace mucho que no venias. Te he estado esperando...

Y yo, un nudo en la garganta:

- Perdóname...

La primera vez que vine fue muy duro entablar con ella, estaba tan resentida. De ser una niña fea, de haberme dejado de lado, aquí, sola y triste. Al acercarme a ella, a mí, vi el vacío en sus ojos. Fue entonces cuando lloré la primera vez, descaradamente, delante mí, niña.

Y ella se me acercó y me acarició el pelo. Yo le besé las manos y recordé lo feliz que fui de pequeñina hasta aquel domingo en los jardines del hospital. Cuando le miré los ojos vi que ella tambien estaba llorando.

Siempre que he venido a verla la abrazo y la consuelo. Le hablo de la nieve, de los osos, de los lobos que hay en Canadá, que no será muy difícil, que ella acabará acostumbrada al cambio, que todo irá bien. Que yo siempre estaré a su lado, apoyándola. Que siempre, siempre ella podrá contar con migo, para lo que sea, siempre estaré para ella.

Pero hoy es diferente. Hoy ya no hay más Canadá ni viaje de separación.

- Yo en realidad soy tu madre, tu verdadera madre, le digo su cara entre mis manos. Hoy he venido a buscarte con Laika para llevarte conmigo a casa. No quiero verte sola, aquí. Quiero que estés conmigo. Nunca más quiero verte sola en este jardín. La próxima vez, si quieres volver, Laika te acompañara.

Me abraza por la cintura, contenta, nerviosa. Reposa su mejilla sobre mi vientre como escuchando una vieja canción.

Cuando volvamos Laika, vendremos con ella. Todo será más alegre y ya no habrá domingo triste ni separaciones. Y, si quieres, bailaremos y cantaremos.

¿Qué importa ya que estaremos finalmente reunidas?

Tomando un café con leche

Tomando un café con leche

El eco espiritual de la caricia - un temblor que responde desde la médula más intima de la vida.
Ernst Jünger Radiaciones, Diarios de la Segunda Guerra Mundial

Laika, el otro día...

El se había sentado a mi lado. Era un hombre mayor, de unos 70 años. Los hombres de 70 años tambien pueden ser guapos y atractivos. Olía a una colonia que me recordaba, vete a saber porqué, mi infancia. Y este hombre vestido de azul empezó a hablarme de su mujer que se estaba muriendo de un tumor de cerebro, en el hospital situado justo enfrente de la granja en donde estabamos desayunando aquella mañana.

El día, del otro lado del ventanal, seguía amarillo, soleado. Los ojos del hombre brillaban mucho, como bañados con agua de mar.

Yo, Laika, escuchaba. Y miraba, desde mi profundo corazón, la muerte de una mujer que aquel hombre amaba. Y sin embargo el café estaba delicioso, caliente y espeso. Todo, a mi alrededor, brillaba de un candor extraño, misterioso, el verde de las paredes de la granja, el delantal blanco de los camareros, el pelo de los otros clientes que nos rodeaban. La voz del hombre tenía una tonalidad suave y calmante.

Juntos nos levantamos y salimos a la calle, una calle llena de actividad matinal con su trafico incesante y sus pasantes nerviosos. Yo tambien iba al hospital a recoger a mi madre. En el ascensor el hombre me pidió disculpas y yo le dije que nó, que lo que habíamos hecho era simplemente compartir. Me sonrió porqué era hora de separarnos y de no volvernos a ver nunca más. Enfrente del ascensor, en el piso tercero, yo le di dos besos, uno en cada mejilla y le apreté la mano con un cariño, con todo el cariño que había en mí, con un cariño azul y tierno, profundo como el agua, profundo como el alma.

Y entonces me separé de él, como una se aleja de un lugar triste y a la vez cálido. Y fui a buscar a mi madre. Pero dentro de mí, Laika, el cariño que yo había dado se había transformado en energía.

Por esto digo que a veces Laika, sin querer y tomando un café con leche, una se encuentra con la vida, simplemente.

Energía

Energía

Tú y yo, Laika, en una playa, corriendo.

Es así como nos veo, en medio de una inmensidad ocre, brillante, de oro. El mar, el sol nos saludan, las aves, la arena. Corremos las dos, como dos crías, felices al fin de oler el agua salina, de respirar el aire marino.

No es un tópico, es así como quiero vernos, como desearía que estuviésemos, como quiero que estemos. Pero la realidad es muy diferente.

Mantengo mis ojos cerrados, respirando con amor.

¿Te gusta el mar, Laika? Las inmensas olas que van y vienen como va y viene la sangre, va y viene el amor, la pasión y el ritmo de la vida.

Coges velocidad, corres como un lobo, te paras, me miras de lejos, vienes hacia mí riendo y ladrando de alegría.

A lo lejos vemos de repente a nuestro compañero de vida, nos saluda moviendo los brazos y vamos hacia él, casi volando. Nos abrazamos y siento el pulso de su vida en mi centro. El tambien sonríe. En la realidad no tanto pero aquí, sí. Sus brazos, que rodean mi espalda, son fuertes y seguros, sus piernas aguantan nuestros cuerpos. Estamos en equilibrio sobre una piel de oro que es esta arena suave y buena.

Aquí, él no está cansado ni enfermo. Aquí él tiene energía, fuerza, y sus ojos brillan, brillan. Aquí reina la armonía.

Nos hemos sentado y trozos de oro nos rodean. Sobre tus cuatro patas, tú vigilas el paisaje. Nos proteges.

Los tres, en medio de una playa magnifica, real como este lazo que nos une.