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meditandoconlaika

La terraza

La terraza Salem, Laika y Pinki están tomando el sol en una terraza. A lo lejos puede verse la fina línea horizontal del mar. Deben de ser alrededor de las 2 de la tarde.

Salem, su cabeza sobre sus dos patas delanteras: Uf, que calor... Pero que bien estamos aquí, sin nadie, solo nosotros tres.

Laika ha estado jugando con una pelota de ping pong pero al final, aburrida de que nadie jugase con ella, se ha estirado debajo del gran geranio situado en una esquina de la terraza.

Laika: Este sol es tan fuerte... ¿ Cómo es posible que los humanos adoren ir a la playa para dejarse quemar la piel?

Salem, ojos cerrados: Los humanos no están bien de la cabeza.

Pinki, de repente muy animado mirando de un lado a otro, ojos extraviados: ¡Mi Luisa sí que está bien de la cabeza, ella! ¿Dónde está, donde está mi Luisa?

Laika y Salem estudian a Pinki con curiosidad.

Salem, se dirige a Laika: Tenemos a un gato nervioso, por lo visto.

Laika: Cosas de la vida.

Los meteorólogos han anunciado que seria un verano duro, intransigente. Sobre la terraza sin embargo baila, a ratos, una ligera brisa. Las palmeras, hay dos, plantadas en grandes macetas, ofrecen un poco de sombra. En el aire flota un ligero y suave aroma a mar, a este mar tan grande y tan azul que Luisa y Ella han ido a visitar con sus bolsas llenas de libros y revistas, cremas para la piel, botellas frías y bocadillos de chorizo, de jamón y queso. Toda una parafernalia que los animales han estudiado con mucho interés, de lejos y sin molestar. Cuando ellas han cerrado la puerta después de un momento de confusión para ver si llevaban las llaves de la moto, el piso se ha quedado en un extraño silencio apacible como el respiro de un recién nacido. Hasta han podido escuchar el rumor del mar, allá a lo lejos.

Salem, sonriendo con sarcasmo mirando a Pinki de arriba abajo: ¿ De donde vienes, gato de extraño pelaje? Que yo sepa no eres de ninguna raza inscrita en el Libro de los Gatos del Gran Larousse. Seguramente has nacido en alguna callejuela y has sido abandonado por tus progenitores ¿Cómo has venido a parar hasta aquí?

Laika: En verdad tienes razón, este gato además de ser nervioso es de un genero bastante fuera de lo normal. Estos colores, marrón y gris, están distribuidos de una manera muy original ya que dividen el cuerpo como en dos. Muy curioso, sí.

Pinki, levantando los ojos al cielo: En realidad no sé de donde vengo, ni sé nada de mi familia. Un día me pusieron en una cesta y de repente al cabo de un rato unas manos suaves me apretujaron y levantaron en el aire. Entonces vi la sonrisa de Luisa, mi ama y la propietaria de mi vida. Es cierto que ella dijo ¨¡ Que gato tan simpático!¨ Y entonces vi que se dirigía a un hombre, el Ruso. Se pusieron a reír.

Salem: Normal.

Pinki: El Ruso empezó a hablar de historias de gatos de su tierra querida, valientes e intrépidos, y Luisa lo escuchaba boca abierta. Y el Ruso venga a hablar, no paraba, parecía una locomotora. Decía sobre estepas rusas y gatos cazadores de liebres. De los ojos de estos gatos, por la noche, de cómo brillan en medio de aquel inmenso espacio ocre y de cómo a veces puede verse entre su vegetación largas colas de gatos saltarines y traviesos muy parecidos a panteras. Luego el Ruso se volvió hacia mí y, señalándome dramáticamente con el dedo, dijo: ¨Míralo, se ha quedado dormido en tus brazos, buen gato.¨ Pero yo no dormía, yo solamente soñaba con la gran estepa.

Laika: Estos rusos...

Pinki: El color de mi pelo es poesía, así dijo el ruso.

Salem, se endereza y de un gran salto sube sobre el reborde de la terraza: Los rusos son misteriosos, como los gatos. Yo les respeto porqué son individuos íntegros y valientes. ¨Dommage¨ que Ella no tenga un ruso. La vida aquí sería un poco más inteligente.

Laika, levanta la cabeza: ¿Qué insinúas?

Salem, cierra los ojos: Nada.

Pinki: El caso es que yo soy un gato mimado y ellos dos, Luisa y su ruso, me respetan mucho.
¡ El otro día él me trajo caviar!

Salem: Bof.

Laika, en voz baja: Pinki, por favor, no continúes con el tema del caviar, es un tema delicado para Salem.

Pinki mira de reojo a Salem que, sentado muy derecho parece un sultán orgulloso.

Laika, sin levantar el tono de voz y orejas en atención: El caso es que el hermano de Salem, un tal Dino, se tiró de una ventana después de haber comido un plato de caviar.

Pinki, abre sus immensos ojos: ¡Oh!

Salem, muy serio: No fue el caviar lo que mató a mi hermano, sino más bien mujeres, especialmente una que trajo un día caviar y Champagne. Las mujeres están locas, esto se sabe, esto lo saben todos los gatos. Las que pasaban por casa eran un desastre. Dejaban sus bolsos en medio del suelo, sus ropas interiores, y era una locura todo aquello esparcido por todas partes. (Mueve los bigotes con disgusto.) En todos los rincones siempre había algo, y a Dino, mi hermano felino, le atraían especialmente los bolsos de aquellas mujeres. En ellos se introducía como en una cueva, rebuscaba, mordía, olía. Había de todo en aquellos bolsos misteriosos, objetos extraños que ellas llaman maquillaje, papeles, recibos, libros, carpetas, cajitas con píldoras, llaveros... Dino se volvía loco y esta locura le duraba todo el día. Su frenesí llegó a su punto culminante cuando un día una de aquellas sanguijuelas viene con caviar y deja la lata abierta sobre el mostrador de la cocina. Dino ve el caviar, salta sobre el mostrador, coge la lata entre sus dientes y se la lleva dentro del bolso de la mujer. Cuando la mujer se entera de lo que ha pasado se vuelve histérica, hay una pelea entre un bolso que parece vivo y una mujer que no para de chillar. Hay arañazos, sangre, escupitajos, silbidos, y al cabo de un rato sale Dino de dentro del bolso, la mirada extraviada, salta sobre el bordillo de la ventana del comedor y...

Hay un silencio extraño en la terraza, casi un silencio entrañable. El cielo, sin nubes, parece una gran pared de mármol brillante. Es la hora de la siesta y apenas se oyen voces humanas. A lo lejos el mar resplandece, inmaculado y azul.

Pinki: Yo digo que los bolsos de las mujeres no tendrían que existir.

Salem, irónico obsevando una gaviota volar a lo lejos: Se dicen personas libres pero ¿cómo pueden serlo si llevan bolsos tan pesados y tan cargados? No me extraña que tengan problemas de espalda.

Laika: En el bolso de Luisa siempre hay algún caramelito para mí.

Pasa un moscardón cerca de Salem que hace como si no pasase nada. A la sombra del geranio hay un bocal con agua y Pinki ha ido a refrescarse la nariz. Laika se ha quedado dormida de un ojo y ronca ligeramente. Salem mira a lo lejos.

Recuerda. Recuerda playas que Él, su amo de antes, contaba. Decia que en ellas la arena era tan fina que parecía oro. Que en el mar los peces bailaban la samba. Que el mar cantaba una canción eterna, sencilla y bella. Salem, le decia mientras se encendía un cigarrillo y se estiraba sobre la cama. Salem, mi amigo. Un día vendrás conmigo y verás como la libertad tiene un lugar entre el azul y el amarillo. Y Salem ronroneaba simplemente feliz de aquella paz que había entre ellos dos, sin mujeres y sin bolsos. En aquella habitación que era como una concha marina se había creado un lazo, tambien eterno, entre un gato y un hombre.

Salem abre los ojos. Pronto llegarán Luisa y Ella, habrá movimiento, palabras, risas, humo de cigarrillos rusos, comida, mimos... Pero no estará Él, su único compañero de verdad.

Si, piensa Salem con ironía bien felina, pronto llegarán y la vida seguirá y mañana será otro día.

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