Un domingo, leyendo
He abierto el libro y de repente he oído su voz.
Anímo... ¿No ves el sol, afuera?
He mirado alrededor de mí, pero no... Su voz.
Aquel día su voz era clara como un chorro de agua fresca. Así me parecen sus palabras, hoy. Era domingo y yo era una chica muy desgraciada. Estaba enamorada de un hombre que no me convenía, yo lo sabia pero no quería reconocerlo. Son cosas que pasan, el saber sin querer. Sobre todo cuando eres joven y crees que amar un hombre duro y malo hace parte del amor.
¿Que no ves el sol, hija mía?
No, yo no veía nada. Ni el sol, que era como oro derramado sobre la nieve blanca de aquel domingo triste. El libro yacía entre mis manos, como una reliquia querida. Lanza del Vasco y su itinerario.
Mi desgracia ahora me parece una cosita sin importancia. Una cosita aquellos sinfines momentos de gran dolor. Como todo es relativo en la vida, hasta el pasado. Y mi madre, del otro lado de la isla de Montreal, me mostraba el sol y yo no lo veía. Yo, simplemente, no podía verlo.
Ale, anímate. Papá irá a buscarte, tú anímate, sencillamente. Ven, he hecho paella.
Aquel hombre que obsesionaba mis días ahora quien sabe dónde está. Y nunca pienso en él, apenas lo recuerdo. ¿Qué es lo que tanto me gustó en aquel cuerpo que hoy he olvidado hasta su olor, su tacto? Ya nada, hoy, me parece razón para sufrir. Sobre todo un hombre. Un hombre que no me convenía.
El sol, la voz de mi madre, el libro de Lanza... Y un hombre que ni recuerdo.
La memoria juega a encontrar pistas entre objetos perdidos, casi inexistentes. El sol aquel, perlas en el aire de un domingo de invierno, ya no está. Ni mi madre, que por una vez quiso animarme, ni yo, este yo insignificante perdido en el tiempo que leía a un escritor visitando la India en busca del gran maestro. Todo esto está y no está. Todo aquello es una ilusión.
Y sin embargo, Laika, hoy aquí oyendo su voz mientras mis manos acarician este libro viejo y arrugado que yo leía aquel domingo. Mi madre, que siempre me ha hecho trabajar la compasión, me está hablando con compasión y cariño entre tiempo y tiempo, entre memorias y recuerdos, entre tantos años y tantos amores perdidos y olvidados.
¿Que no ves el sol, radiante y fuerte?
Hoy está lloviendo y tengo que decir que amo la lluvia y los cielos grises. Me gusta salir contigo, perra, y oler la humedad en el aire. Me gusta la soledad, la vida sin amores duros e inconvenientes, me gusta oír voces del pasado que me enseñan que todo pasa y que nada, realmente, es algo acabado, algo estático.
Si miro aquella mujer leyendo un libro veo en ella, ya, el cambio. Yo leía a Lanza del Vasco porqué no aceptaba aquel disfraz de mujer sufridora. Deseaba algo más. Colgué el teléfono y me levanté. Salí a la calle, el sol radiante me hizo cerrar los ojos. Había nevado durante la noche y el suelo parecía un gran pastel de queso blanco y duro.
Sola y, seguramente, fuerte, empecé a andar.
Sí, el sol era un gran circulo ocre en el cielo de aquel domingo.
Anímo... ¿No ves el sol, afuera?
He mirado alrededor de mí, pero no... Su voz.
Aquel día su voz era clara como un chorro de agua fresca. Así me parecen sus palabras, hoy. Era domingo y yo era una chica muy desgraciada. Estaba enamorada de un hombre que no me convenía, yo lo sabia pero no quería reconocerlo. Son cosas que pasan, el saber sin querer. Sobre todo cuando eres joven y crees que amar un hombre duro y malo hace parte del amor.
¿Que no ves el sol, hija mía?
No, yo no veía nada. Ni el sol, que era como oro derramado sobre la nieve blanca de aquel domingo triste. El libro yacía entre mis manos, como una reliquia querida. Lanza del Vasco y su itinerario.
Mi desgracia ahora me parece una cosita sin importancia. Una cosita aquellos sinfines momentos de gran dolor. Como todo es relativo en la vida, hasta el pasado. Y mi madre, del otro lado de la isla de Montreal, me mostraba el sol y yo no lo veía. Yo, simplemente, no podía verlo.
Ale, anímate. Papá irá a buscarte, tú anímate, sencillamente. Ven, he hecho paella.
Aquel hombre que obsesionaba mis días ahora quien sabe dónde está. Y nunca pienso en él, apenas lo recuerdo. ¿Qué es lo que tanto me gustó en aquel cuerpo que hoy he olvidado hasta su olor, su tacto? Ya nada, hoy, me parece razón para sufrir. Sobre todo un hombre. Un hombre que no me convenía.
El sol, la voz de mi madre, el libro de Lanza... Y un hombre que ni recuerdo.
La memoria juega a encontrar pistas entre objetos perdidos, casi inexistentes. El sol aquel, perlas en el aire de un domingo de invierno, ya no está. Ni mi madre, que por una vez quiso animarme, ni yo, este yo insignificante perdido en el tiempo que leía a un escritor visitando la India en busca del gran maestro. Todo esto está y no está. Todo aquello es una ilusión.
Y sin embargo, Laika, hoy aquí oyendo su voz mientras mis manos acarician este libro viejo y arrugado que yo leía aquel domingo. Mi madre, que siempre me ha hecho trabajar la compasión, me está hablando con compasión y cariño entre tiempo y tiempo, entre memorias y recuerdos, entre tantos años y tantos amores perdidos y olvidados.
¿Que no ves el sol, radiante y fuerte?
Hoy está lloviendo y tengo que decir que amo la lluvia y los cielos grises. Me gusta salir contigo, perra, y oler la humedad en el aire. Me gusta la soledad, la vida sin amores duros e inconvenientes, me gusta oír voces del pasado que me enseñan que todo pasa y que nada, realmente, es algo acabado, algo estático.
Si miro aquella mujer leyendo un libro veo en ella, ya, el cambio. Yo leía a Lanza del Vasco porqué no aceptaba aquel disfraz de mujer sufridora. Deseaba algo más. Colgué el teléfono y me levanté. Salí a la calle, el sol radiante me hizo cerrar los ojos. Había nevado durante la noche y el suelo parecía un gran pastel de queso blanco y duro.
Sola y, seguramente, fuerte, empecé a andar.
Sí, el sol era un gran circulo ocre en el cielo de aquel domingo.
6 comentarios
muralla -
De nuevo esa voz impresa en tu corazón te sigue animando y eso y el sol acarician el cuerpo y el alma.
Han pasado muchos años y todavía siento la voz de mi padre y el contacto de su mano en la mía.
Un beso y un fuerto abrazo. Muralla.
Corazón... -
Un gusto saludarte, un beso y abrazo grandes :)
;o)
llydia -
Mis amores de antaño ya no duelen, no. :) Y menos mal. Tambien escribir sobre ellos es una manera de perdonarnos nuestras inconsecuencias, limpiar para avanzar un poco más ligeras, con menos peso encima. El pasado hay que reconocerlo. Si no lo hacemos aparecen los fantasmas y el remordimiento. Cuando un fantasma aparece hay que dejarle espacio para la expresion. Así se puede marchar en paz. Así podemos avanzar nosotras en paz.
Un beso muy fuerte para tí,
llydia -
Un abrazo, amigo,
rosa -
Has recordado con una prosa muy bella, ese pasado de primeros amores, que estan ahí, pero ya no hacen daño.
Al menos eso espero.
Un abrazo fuerte.
Ardi -
Besos