La filosofía de mi abuelita
No quiero ver las noticias, Laika, no quiero... Llantos, lloros, gemidos... Mujeres de negro en un teatro trágico que es la vida.
El otoño está triste, hoy.
Mi abuelita solía decirme que lo más importante en la vida era el amor a los niños. Mi abuelita, que era muy humana y buena, cerraba los ojos cuando hablaba de los pequeñines.
- Si no se quieren a los niños, hija mía, no se quiere nada. Una sociedad que no respeta a la niñez es una sociedad muerta.
Mi abuelita entonces suspiraba muy fuerte, como si le faltase el aire. Laika, en aquellos días cuando yo la iba a visitar de verano en verano en su vieja casa, yo no entendía sus suspiros. Pensaba que eran suspiros de vieja mujer cansada. Pero ahora entiendo que no era esto. Ahora sé que era el suspiro de la impotencia. La rabia transformada en suspiro.
Yo no sé Laika, yo no sé suspirar. La rabia se me queda en la garganta y se hace nudo y me duele. Mi rabia seria bastante terrible si la dejase suelta. Derrumbaría paredes de mármol, tan fuerte es. Lo que pasa es que la tengo controlada, le hablo, le digo que se quede quieta. Pero rabia se queda.
Laika, ¿tú puedes entender lo que está pasando en este mundo? Tú que eres tan sabia, dime que es normal todo esto. Apacigua esta inquietud que es como una sed inagotable. Calma este dolor que late constantemente ante tanta miseria e ignorancia.
Estos niños en esta república rusa, estas pobres víctimas de la estupidez y del orgullo. Estos militares inconscientes y burros. Este político mafioso, el señor Putin. Y detrás de todo esto este petróleo que mata, mata, mata. La avidez humana es insondable como una nube negra y asquerosa.
Mi abuelita tambien hablaba de políticos. Suspiraba y decia que eran pistoleros. Cuando discutíamos de la guerra, de las que ella había vivido y de las que estaban ocurriendo, ella decia que todo era una espiral, sin principio ni fin. Me miraba intensamente y estudiaba el furor rojo en mis ojos.
- No sufras inútilmente, murmuraba entonces. ¿Ves mis rosas? Cierra los ojos y respira hondo. Con la barriga.
Hay muchas cosas que mi abuelita sabia para calmar este malestar mío que yo tiraba constantemente a la superficie para que ella supiese en que terrible mundo vivíamos.
- Ven, decia a veces, ven a masajearme los pies que me duelen mucho. ¡Toma esta leche de almendras y frota, frota!
Y mientras yo le hacia los tan queridos masajes mi abuelita discurría sobre la belleza de los pies, todos los pies de todos los seres humanos que hay sobre la tierra.
- Mira que buenos que son, a soportar tanta idiotez en un cuerpo humano. Y mira que delicados que son, y tan sensibles. Frota hija, frota y luego te frotaré yo y veras...
Hoy, mi abuelita ya no está aquí para calmarme, saciarme. Hoy tengo que hacerlo sola, ir a buscar dentro de mí esta paz que no veo. Laika, ¿quieres dar un paseo? Iremos al parque a visitar a los arboles.
- Un árbol es un buen amigo, decia mi abuelita. Su silencio es como el agua, lleno de vida. Cuando el ruido te haga perder el equilibrio ves cerca de un árbol. Ahí estarás.
No sé si mi abuelita tenía razón o no. Quizas esta noche cerca de un árbol vea más que mi cara triste. Quizas vea todos estos niños que han muerto por nada. Sentaditos sobre una hoja verde me mirarán y quizas entonces podré rezar, yo que no sé como rezar.
El otoño está triste, hoy.
Mi abuelita solía decirme que lo más importante en la vida era el amor a los niños. Mi abuelita, que era muy humana y buena, cerraba los ojos cuando hablaba de los pequeñines.
- Si no se quieren a los niños, hija mía, no se quiere nada. Una sociedad que no respeta a la niñez es una sociedad muerta.
Mi abuelita entonces suspiraba muy fuerte, como si le faltase el aire. Laika, en aquellos días cuando yo la iba a visitar de verano en verano en su vieja casa, yo no entendía sus suspiros. Pensaba que eran suspiros de vieja mujer cansada. Pero ahora entiendo que no era esto. Ahora sé que era el suspiro de la impotencia. La rabia transformada en suspiro.
Yo no sé Laika, yo no sé suspirar. La rabia se me queda en la garganta y se hace nudo y me duele. Mi rabia seria bastante terrible si la dejase suelta. Derrumbaría paredes de mármol, tan fuerte es. Lo que pasa es que la tengo controlada, le hablo, le digo que se quede quieta. Pero rabia se queda.
Laika, ¿tú puedes entender lo que está pasando en este mundo? Tú que eres tan sabia, dime que es normal todo esto. Apacigua esta inquietud que es como una sed inagotable. Calma este dolor que late constantemente ante tanta miseria e ignorancia.
Estos niños en esta república rusa, estas pobres víctimas de la estupidez y del orgullo. Estos militares inconscientes y burros. Este político mafioso, el señor Putin. Y detrás de todo esto este petróleo que mata, mata, mata. La avidez humana es insondable como una nube negra y asquerosa.
Mi abuelita tambien hablaba de políticos. Suspiraba y decia que eran pistoleros. Cuando discutíamos de la guerra, de las que ella había vivido y de las que estaban ocurriendo, ella decia que todo era una espiral, sin principio ni fin. Me miraba intensamente y estudiaba el furor rojo en mis ojos.
- No sufras inútilmente, murmuraba entonces. ¿Ves mis rosas? Cierra los ojos y respira hondo. Con la barriga.
Hay muchas cosas que mi abuelita sabia para calmar este malestar mío que yo tiraba constantemente a la superficie para que ella supiese en que terrible mundo vivíamos.
- Ven, decia a veces, ven a masajearme los pies que me duelen mucho. ¡Toma esta leche de almendras y frota, frota!
Y mientras yo le hacia los tan queridos masajes mi abuelita discurría sobre la belleza de los pies, todos los pies de todos los seres humanos que hay sobre la tierra.
- Mira que buenos que son, a soportar tanta idiotez en un cuerpo humano. Y mira que delicados que son, y tan sensibles. Frota hija, frota y luego te frotaré yo y veras...
Hoy, mi abuelita ya no está aquí para calmarme, saciarme. Hoy tengo que hacerlo sola, ir a buscar dentro de mí esta paz que no veo. Laika, ¿quieres dar un paseo? Iremos al parque a visitar a los arboles.
- Un árbol es un buen amigo, decia mi abuelita. Su silencio es como el agua, lleno de vida. Cuando el ruido te haga perder el equilibrio ves cerca de un árbol. Ahí estarás.
No sé si mi abuelita tenía razón o no. Quizas esta noche cerca de un árbol vea más que mi cara triste. Quizas vea todos estos niños que han muerto por nada. Sentaditos sobre una hoja verde me mirarán y quizas entonces podré rezar, yo que no sé como rezar.
7 comentarios
Magda -
Cierto lo que dices, por acá hay un refrán que dice: "entre más conozco al hombre (como humanidad) más quiero a mi perro". Un abrazo.
Anónimo -
Cierto lo que dices, por acá hay un refrán que dice: "entre más conozco al hombre (como humanidad) más quiero a mi perro". Un abrazo.
llidia -
Los perros o todo animal nos enseñan a ser nosotros mismos, y esto porqué son muy sabios. A veces pienso que los animales deben venir de otro planeta porqué el ser humano es tan diferente... y tan primario, aún. Con los siglos no hemos evolucionado ni aprendido nada. Estamos estancados. Por qué todo esto, no lo sé.
Un abrazo bien animal para todos vosotros,
Magda -
Corazòn... -
Suspiro profundo... y aclaro mi vista...se ha nublado al leer tu texto, como ahora mismo el cielo esta nublado igual, sera por que esta triste al igual q tú? q yo, y todos los q quisieramos un mundo diferente...
Tu abuelita decía la verdad... una verdad que tenemos ahora mismo aquí, hays...amiga como me duele ver esta terrible realidad, yo no quiero, pero debemos aceptarlo, este mundo carente de valores, de corazones y razones...
Cómo...cómo pedir por un mundo mejor... si Dios debe estar ciego de tanto llorar por todo lo q hacemos con el mundo que nos regalo...y mas aun con la gente q menos culpa tiene...
Un beso y abrazo muy fuerte...
Un placer leerte...
;o)
llydia -
Y a escribir, cada uno a nuestra manera, para poder respirar, suspirar.
Un abrazo.
Sergi -
No hay números onces ni apellidos de letras para el día de hoy, pero esa niña caída me ha roto tanto como dos torres o cinco trenes.
No tengo abuela, a ratos la tuve hace años, pero una amiga mía me habló como taol, el día que me dijo que el infierno y el cielo están aquí.
Menos mal, a veces. Encontrar(te) detalles de nubes blancas, me gusta(s).